Siempre es preciso medir nuestras palabras por una cuestión básica de adecuar nuestros pensamientos a nuestro discurso pero en el ámbito público (políticos o personalidades que por su actividad profesional o social tienen especial relevancia) esta necesidad es ineludible.
Lamentablemente, la práctica suele indicar lo contrario. En muchas ocasiones no se medita suficientemente lo que se dice o se piensa que nuestros interlocutores no repararán en nuestras incongruencias.
Sin llegar a la crudeza de César Calderón, respecto a qué quieren decir algunos políticos cuando dicen:
• ¡Siempre! : Por ahora
• Pongo la mano en el fuego por … : Yo tampoco me fío de él
• Estamos trabajando en ello: No lo voy a hacer nunca
• Hoy celebraremos una rueda de prensa: Hoy haremos unas declaraciones y no admitiremos preguntas
• No sé nada de ese tema: No me apetece hablar de ello
• ¡Combatiremos la corrupción!: Bueno, siempre que no sea en Valencia y no nos cueste votos
• Apoyamos el estado de las autonomías: Al menos de aquellas en las que gobernamos
• Estamos por encima de las mejores expectativas: Hemos perdido las elecciones
• ¿Me puede repetir la pregunta?: A ver cómo salgo de ésta
• Apostamos por la democracia interna: El candidato será quien yo diga
• Tenemos un problema de comunicación: Maldición, nos han pillado.
Voy a poner dos ejemplos muy recientes de cómo pensamiento y discurso van por caminos diferentes, o quizá no tanto.
El primero es del Primer Ministro portugués, José Sócrates, a propósito de la reciente subasta de deuda lusa.
Dijo Sócrates que este resultado era «la recompensa» a las acciones asumidas por su país en materia de consolidación presupuestaria.
Quiere esto decir que si la respuesta de los mercados -esa palabra que pronunciada así en abstracto sirve para designar una realidad y la contraria sin necesidad de dar demasiadas explicaciones- hubiera sido diferente el Primer Ministro hubiera asumido que las medidas tomadas eran insuficientes y era necesario un mayor esfuerzo…
O quería decir, a través de su subconsciente, que cuando las cosas caminan por la dirección que deseamos es fruto de nuestra iniciativa y capacidad (y así lo reconocen los mercados) y cuando no, hay que luchar contra la especulación y situar al enemigo fuera de la práctica política propia.
El segundo tiene que ver con el papel, en su sentido más teatral, que están realizando -y que sólo es un reflejo del que han venido haciendo- las diplomacias occidentales a raíz de la revuelta popular en Túnez.
El Gobierno español pide que se «convoquen elecciones generales cuanto antes y con plenas garantías» y considera que estas medidas marcan la línea adecuada, en la que debe profundizarse, para restablecer la normalidad y contribuir a un futuro mejor para Túnez.
Mira que he leído estas y otras declaraciones similares miles de veces; pues sigo sin entenderlas.
Será, quizá, porque no aclara si estas «plenas garantías» son las mismas que se exigían a Ben Ali cuando obtenía más del 99% de los votos. O quizá porque ahora se solicita junto lo contrario de la que han venido defendiendo, por inacción u omisión, diplomacias occidentales como la española.
Sólo echo en falta una frase final: que gracias a las acciones de la política exterior española Túnez podrá disfrutar de un futuro mejor.
2 Comentarios
trivial online
En el mundo actual donde todo se queda grabado o dices lo que piensas o antes o después te vas a contradecir quedando fatal
Luis Miguel Díaz-Meco
Completamente de acuerdo, Trivial online.
Más allá de la convicción personal y profesional, siempre el motivo de sinceridad y transparencia más deseable, la realidad se impone y si se tiene una proyección pública siempre es aconsejable pensar varias veces lo que se va a decir.
Gracias por el comentario y por asomarte a este espacio. Un saludo