La pasada semana se publicó el primer número de Carep Magazine, publicación digital, editada por el Centro de Alto Rendimiento Político, CAREP, con el que colaboro desde hace años.

Su propósito es convertirse en un referente de análisis, opinión y tendencias de la política en Latinoamérica y constituye la evolución lógica del centro, tras iniciar este año su expansión en Guatemala, Honduras, México y Perú.

Además de encargarme de su coordinación, en este número firmo un artículo sobre el nuevo escenario en el que se mueve la (comunicación) política y la falta, aún, de adaptación de sus protagonistas.

Puedes descargar el artículo, pinchando sobre la fotografía o leerlo a continuación.

El teatro político ha cambiado de escenario. ¿Cuál es tu papel?

Imagina la escena.

Estás en medio de un mitin. En pie, leyendo un discurso que has preparado durante mucho tiempo. Te sientes cómodo, peligrosamente cómodo, y el público está entregado. Te aplauden, celebran cada una de tus frases ocurrentes, te vitorean…

De repente, se va la luz. Fundido a negro…

Han sido solo unos segundos, la luz vuelve, y aparentemente todo sigue igual

Te dispones a seguir con el acto, bajas la mirada y descubres que te han cambiado el discurso, que está escrito en caracteres ilegibles, en otro idioma quizás. Levantas la vista y el público parece haber cambiado también. No son las mismas caras sonrientes, que asentían constantemente a tus palabras. Te miran en silencio, con cierta desconfianza, serios.

Un sudor frío comienza a recorrerte la espalda.

 

Quizá hayas reconocido en esta imagen la evolución de la política en los últimos años.

Y si no, tendrás que darte prisa. Quizá en unos años ya no reconozcas la primera parte del relato.

La política y su comunicación, siempre íntimamente ligadas, viven una revolución, un escenario completamente nuevo.

Las certezas y seguridades pasadas ya no son tales. El Barómetro de Confianza Edelman evidencia cada año el descrédito de la política, de sus protagonistas y de las fuentes oficiales.

Nuevas reglas, renovadas demandas sociales y ciudadanas que inciden directamente en una clase política que no termina de reaccionar, que ve la transparencia, el imperativo ético, el diálogo… como una amenaza y no como una oportunidad.

Las nuevas generaciones no entienden la política ni a los políticos. Y no es por falta de capacidad. No se reconocen en unas formas de gestionar y comunicar que se encuentran a años luz de sus hábitos. Hablan el mismo idioma pero con un lenguaje completamente diferente y la distancia, lógicamente, no deja de crecer.

Tal y como explica Yuval Noah en su enormemente recomendable obra Homo Deus, la democracia como la conocemos hoy podría desaparecer en el siglo XXI. Instituciones y procesos como las elecciones, los partidos políticos o los parlamentos podrían quedar obsoletos, y no por ser poco éticos, sino porque no procesan los datos con la suficiente eficiencia. Todos ellos evolucionaron en una época en la que la política se movía más deprisa que la tecnología e hizo que los políticos se mantuvieran siempre un paso por delante. Pero hoy, mientras que la política no ha cambiado casi nada, la tecnología se ha acelerado exponencialmente. Esta revolución comienza a dejar rezagados y hace que políticos (y votantes) pierdan el control.

La tortuga gubernamental no puede seguir el ritmo de la liebre tecnológica.

La tortuga gubernamental no puede seguir el ritmo de la liebre tecnológica Clic para tuitear

Independientemente de cuál sea tu óptica, lo que parece claro es que determinados atributos políticos ya no son opcionales.

Al margen del éxito circunstancial de fenómenos como la posverdad, el nuevo entorno social, político, incluso personal, en el que vivimos reafirma algunos compromisos éticos con la humildad, la sinceridad, la honestidad.

La mentira debería estar prohibida en política. Ya no es posible mantenerla, más allá de unos minutos.

La mentira debería estar prohibida en política. Ya no es posible mantenerla, más allá de unos minutos Clic para tuitear

La reputación, en definitiva, depende siempre de los demás, de la opinión que se hacen de ti. Esta legitimidad se ha desplazado del interior (del partido) al exterior (a la sociedad). Ya no es posible gobernar, solo, con el beneplácito de tu organización, a espaldas de los ciudadanos… Y cada día, esta tensión se hace más evidente.

Ante la duda, pregúntate siempre por los intereses generales, y no por los propios; por tus exigencias, demandas y deseos como ciudadano, y no como político. Abraza el populismo, lejos de sus connotaciones peyorativas recientes, y gobierna siempre a lo grande: piensa en la mayoría y en el largo plazo.

Si volvemos a la escena que encabeza este artículo, prueba a dar la vuelta al micrófono. Tú ya no eres el único protagonista, prueba a dar la palabra a los ciudadanos. Están deseosos de tener voz… y no solo voto

Su agradecimiento será tu supervivencia.

Su indiferencia, tu tumba política.

 

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