Un mirada desmitificadora hacia la comunicación (política)

¿A quién asesoráis en España si los políticos [en materia de comunicación] son tan malos?
Esta pregunta -lanzada en un tono cercano, casi amigable, pero cargada de tanta mala leche como buen tino- podía haber sido el resumen de las intervenciones que protagonizaron Jorge Santiago Barnés y Fran Carrillo la pasada semana en las jornadas de comunicación política que organiza la Universidad de Valladolid a las que tuve la oportunidad de asistir.
Tanto Jorge como Fran aportaron cosas interesantes, tal y como deslizaba sibilinamente la cuestión anterior.
Pero la duda flotaba en el ambiente: ¿cómo es posible que candidatos políticos de primer nivel, con una pléyade de asesores, aun de mayor categoría, cometan a diario errores tan manifiestos en el ámbito de la comunicación?
  • Quizá porque la comunicación tiene aún una importancia reducida para muchos políticos.
  • Quizá porque no se dejan asesorar o lo hacen pero finalmente actúan olvidando lo aprendido.
  • Quizá porque se trata de moldear tanto la imagen pública de un político que el resultado final es tan encorsetado como falso a los ojos de los ciudadanos.
  • Quizá simplemente porque estamos hablando de personas (políticos y ciudadanos) y su proceso de relación depende tanto de las herramientas que manejan (comunicación) como de la esencia de lo que intentan transmitir (la política con mayúsculas).
O quizá todo se reduzca a que tratamos de racionalizar tanto cada comportamiento, cada gesto, cada palabra… que perdemos la distancia necesaria para medir qué funciona y qué no.
En este sentido, leía esta semana un estudio que indicaba que las probabilidades de triunfar en política y ganar elecciones aumentaban si se tiene un tono de voz grave.
Y casi sin continuidad, las conclusiones de otro que afirmaba que nuestro cerebro está más a gusto con la voz de una mujer y que es mucho más fácil encontrar una voz femenina que sea del agrado de todos.
La voz se puede trabajar pero, a tenor de estos datos, no sé si estamos seguros de en qué dirección.
Quizá la solución sea utilizar la comunicación -como ciencia, como arte- para persuadir, para influir, para comunicar lo que queremos decir y no como herramienta para envolver o encubrir nuestra ausencia de ideas.
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Enlaces interesantes:
 
•    Harry Potter en la Moncloa, de María José Canel
•    Política y emoción, de Marc Bassets
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