Recuerdo una reflexión, pero lamentablemente no estoy seguro del nombre, de un profesor de la Facultad de Periodismo respecto a la naturaleza del término democracia y la banalización que de él se hace cuando se identifica casi exclusivamente con el derecho al voto.
Decía este docente que el concepto va mucho más allá y que en el caso de España no podríamos hablar de una democracia plena hasta que los ciudadanos interiorizáramos una serie de cualidades cívicas que incluirían, por ejemplo, el pago de impuestos -por voluntad de bien común y no de obligación- o la necesaria implicación ciudadana en los asuntos públicos, más allá del papel de los partidos políticos.
Aunque de acuerdo en el fondo, confieso que me costaba identificarme con algunos de estos contenidos más por lejanía real de la situación española que por convincción personal.
Esta semana, el debate en el Senado sobre la neutralidad en la red me ha traído a la mente esta reflexión y he comprobado que, lamentablemente, no hemos avanzado mucho.
Al margen del resultado de la votación, que bien han merecido una ingente cantidad de comentarios y reflexiones, me gustaría detenerme en el desprecio de los representantes políticos respecto a opiniones -muy autorizadas, por otra parte- de determinados expertos.
El caso de Enrique Dans quizá sea paradigmático. Se podrá estar o no de acuerdo con sus planteamientos, pero acusarle -a él y a todos los que han contribuido a generar una determinada corriente de opinión- de degradar «la imagen y el trabajo» del Senado -sólo por aprovechar su capacitación profesional para exponer sus argumentos y difundirlos- parece no sólo excesivo sino fruto de una carencia importante de interiorización de determinados preceptos democráticos, inadmisibles en un representante popular.
Más nos valdría a todos que nuestros representantes políticos se aplicaran la democracia y promovieran en el seno de los partidos la transparencia que predican.
En cualquier caso, me gustaría terminar con dos citas sin ningún nexo en común pero que pueden ejemplificar perfectamente el estado de la cuestión.
La primera, de Fernando Savater, dice: Cierto día algún osado preguntó a Leo Messi por sus preferencias literarias y el pequeño gran hombre repuso: «una vez quise leer un libro y a la mitad no pude más». Le comprendo perfectamente, a mí me pasó lo mismo cuando intenté ver en televisión un partido de fútbol. Ni su confesión deroga la lectura ni desde luego la mía, el fútbol.
Moraleja: Jamás confiaría a Messi la dirección de una empresa editorial, a Savater, la crónica de un partido de fútbol ni a determinados senadores la votación sobre el futuro de la neutralidad en la red.
La segunda, de Juan Goytisolo: Vamos a menos.
Sin moraleja.