Portada del libro Steve Jobs, de Walter Isaacson
He leído con interés la biografía de Steve Jobs, escrita por el periodista y escritor Walter Isaacson.
El resultado es una obra redonda, a la que le sobran algunos cientos de páginas (el libro tiene casi 750), que ofrece una radiografía exhaustiva de un personaje con un brillo especial que proyectaba igualmente algunas sombras.
Si eres un amante de los productos de Apple o un entusiasta de la vida y milagros de Jobs, no puedes dejar de leerlo.
Y si no, como es mi caso, es igualmente recomendable. En el plano más cercano a la comunicación y a la imagen, el libro nos deja muchas enseñanzas:
Genio y visionario
Jobs no inventó demasiadas cosas desde cero pero era un maestro a la hora de combinar las ideas, el arte y la tecnología.
¿Era inteligente? Quizá no de una manera excepcional pero conseguía saltos imaginativos instintivos, casi mágicos.
En este sentido, solía citar a Henry Ford: «Si les hubiera preguntado a mis clientes qué querían, me habrían contestado: «¡Un caballo más rápido!»».
Entre su legado: el Mac, los éxitos de la animación digital de Pixar, las tiendas Apple, el iPod, la tienda iTunes, el iPhone o el iPad.
Algunos de sus discursos y presentaciones de productos son ejemplos de cómo generar interés, crear suspense y saciarlo con una puesta en escena espectacular.
Discurso de Jobs en la Universidad de Stanford (2005)
La carta de despedida que leyó ante el consejo de administración de Apple (cuando el cáncer que acabó con su vida se encontraba ya en un estado muy avanzado) y que posteriormente se envió al resto de empleados de la compañía tenía únicamente 12 líneas (154 palabras).
Obsesionado por la calidad y los detalles
Su capacidad de trabajo era brutal, fruto de su personalidad obsesiva (no paraba -literalmente- hasta encontrar soluciones a los problemas que encontraba en el desarrollo de productos, expansión de la compañía, ambiciones profesionales…).
Como el día solo tiene 24 horas, aunque seas Steve Jobs, abandonaba, a menudo y durante largos periodos, sus obligaciones familiares e incluso el cuidado de su salud (la gestión de su cáncer, desde su precoz detección, fue un auténtico desastre).
Un ingeniero que se inspiró y padeció a Jobs afirma en el libro: «No tiene apenas paciencia (si es que tiene alguna) por nada que no sea la excelencia absoluta en su propia actuación o en la de los demás».
Personalidad multipolar y manipuladora
En el plano personal, su trato era un auténtico tormento, incluso para sus amigos.
«Las experiencias de Jobs (…) le habían hecho madurar, pero no habían suavizado demasiado su carácter. Seguía sin placas de matrícula en su Mercedes, aún aparcaba en los lugares reservados a los discapacitados junto a la puerta principal [de las empresas en las que trabajaba], y en ocasiones ocupaba dos plazas a la vez».
Explica en el libro James Vicent, un creativo publicitario que trabajó con Jobs: «Tu propones algo y él te suelta: «Esa idea es una estupidez» y después viene y propone: «Esto es lo que vamos a hacer», y te entran ganas de gritarle: «Eso es lo que te dije yo hace dos semanas y contestaste que era una idea estúpida». Sin embargo, no puedes hacer eso, así que te limitas a asentir: «Sí, es una idea genial, hagámoslo»».
Nunca estuvo dispuesto a «compartir la gloria». «Estabas condenado si destacabas, y estabas condenado si no lo hacías»
Fanático y radical, en algunos aspectos como el aseo personal (su ausencia más bien), la indumentaria (se presentaba en los consejos de administración sin calcetines y en chanclas) o los hábitos alimenticios (era vegano).
A propósito, comenta Rupert Murdoch: «Comer en casa de Steve es una gran experiencia, siempre y cuando salgas de allí antes de que cierren los restaurantes».
Sus compañeros se referían a la visión binaria de Jobs como la «dicotomía entre héroes y capullos». Podías ser una cosa o la otra, y a veces ambas a lo largo del mismo día.
Brutalmente sincero, cero en inteligencia emocional
A pesar de su formación zen, nunca se despertó en él una calma o serenidad interiores vinculadas a esta filosofía. La mayoría de las personas cuenta con un regulador entre el cerebro y la boca que modula los sentimientos más bruscos y los impulsos más hirientes. No era su caso. Tenía a gala ser brutalmente sincero, y lo ejercía.
Desde luego, no dejó indiferente a nadie. Tras su muerte -ya sabéis que en ese momento todos son loas a los muertos (bastante penitencia llevan ya)- recibió multitud de alabanzas de personas con las que compartió su particular visión sobre el futuro, con las que se peleó, colaboró…
En fin que, como epitafio podríamos acudir a la última escena de la película de Billy Wilder Con faldas y a lo loco: «Nadie es perfecto». Y en caso de Jobs, estaba mucho más cerca de esa perfección en plano profesional que en el personal.
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2 Comentarios
Juan Pedro
Nunca me cayó bien. Quizá por el rechazo que tengo a todos aquellos usuarios de sus productos que lo consideraron un mesías.
Un saludo, Luis
Luis Miguel Díaz-Meco
A mí siempre me han interesado mucho más, Juan Pedro, las cualidades humanas que las profesionales.
Porque creo, quizá ingenuamente, que solo a través de las primeras se llega realmente a ser un referente en otros ámbitos.
Y en cualquier caso, conviene ser justo y admirar -en este caso- profesionalmente a alguien sin dejar de denunciar una personalidad y unos comportamientos que quizá en otra persona hubieran demandado un tratamiento médico 😉
Muchas gracias por el comentario, Juan Pedro. Un abrazo!