Parece haber un consenso claro en que aproximadamente el 80% del voto se ha decidido con anterioridad al comienzo de la campaña.
Del 20% restante hay que descontar los desencantados que no participan -y no lo harán por mucho que desde los partidos se haga un llamamiento al voto (más por interés que por convencimiento)- y los que no te votarían aunque fueses la única opción (por falta de afinidad ideológica).
Con lo que las campañas electorales se dirigen exclusivamente a los indecisos, aquellos que finalmente pueden decidir no votar o hacerlo por otro partido, dependiendo del tiempo que haga ese día o de la celebración de alguna competición deportiva.
En este sentido, el diario El País publicaba el pasado sábado un reportaje muy ilustrativo sobre las campañas electorales, sus formas y métodos, su coste y sus exiguos resultados.
Cuáles serían las opciones que podrían barajarse como alternativas:
- Cambiar radicalmente la forma de dirigirse a los ciudadanos. Como afirmaba el profesor Francisco J. Pérez Latre en el último número de la revista Campaign & Elections: «¿Se imaginan en un comercio que piense en sus clientes cada cuatro años? (…) Si los gobiernos trataran a los ciudadanos como hacen las grandes empresas, estudiarían sus necesidades, fomentarían su respuesta y desarrollarían relaciones a largo plazo».
La campaña electoral nunca puede ser un todo sino una parte, la final, de un largo camino de cuatro años, basado en un modelo de gestión (ya se esté en el gobierno o en la oposición) que tenga como valores la cercanía, la transparencia, el diálogo… y que se construya con, no a espaldas de, los ciudadanos.
- Ser consecuentes tanto en las acciones como en los mensajes, tanto en la trayectoria personal como en las actitudes presentes.
Qué sentido tiene hartarse de besar niños y señoras y abrazar a todo lo que se mueve cuando el sueño de muchos políticos es acudir a comparecencias sin posibilidad de realizar preguntas.
Qué sentido tiene comenzar a utilizar las herramientas 2.0 si no se posee la actitud necesaria y nos limitamos a hacerlo como púlpito para nuestros mensajes unidireccionales y solo esperamos palmeros que los jaleen.
- Reducir el tiempo y el coste de las campañas. Si llegados a este punto existe cierto consenso sobre la falta de atractivo de una campaña electoral tradicional, por qué no reducir su tiempo y, sobre todo, su coste. No parece razonable que en una época como la actual, en la que después de las elecciones se van a recortar todo tipo recursos y servicios, los partidos políticos destinen entre 25 y 30 millones de euros a explicar su mensaje. Ahora! Parece que cuatro años es más que suficiente.
En cualquier caso, me gustaría enriquecer el debate con varios artículos que he leído recientemente y que recomiendo sinceramente:
- Los 15 errores más comunes de los políticos en campaña, de Daniel Ureña.
- El periodista no encaja en la maquinaria electoral, de Antoni Gutiérrez-Rubí.
Y en este mismo blog:
2 Comentarios
Petra Magro
Ayer escuché una expresión que va en línea con lo que expones y tengo que decir que era muy acertada: no buscamos tanto a alguien que nos represente en el gobierno sino que empezamos a preferir ser más participativos.
Luis Miguel Díaz-Meco
Ojalá Petra vayamos poco a poco reclamando y, en cierta medida, obligando a gobiernos y políticos a ceder espacios de participación pública para poder construir una política con mayúsculas.
De este modo, la política ganará en legitimidad y, sobre todo, en eficacia.
Gracias por tu comentario