En mi época de redactor, escribí una noticia sobre una persona negra, cuya característica racial, supongo, era relevante. Al leerla, el director -con el aplomo que da el cargo aunque se carezca de capacitación, como era el caso- me dijo muy serio: “negro no, de color”. Yo, que siempre he sido un poco ingenuo, respondí sin pizca de rebeldía: “pero habrá que decir de cuál”.
Me temo que estamos sacrificando la eficacia del lenguaje (su llaneza, su uso sincero y directo) en favor de una supuesta corrección, que se queda en mero maquillaje y que, en muchas ocasiones, no aporta nada.
Esta reflexión -que supongo que tendrá más detractores que defensores, a tenor de lo que puede verse y leerse a diario en comparecencias públicas, discursos, medios de comunicación…- puede aplicarse tanto a las diferencias de sexo,como a la política, por poner quizá los dos ejemplos más evidentes.
Recientemente, he leído con interés una guía de lenguaje no sexista, muy loable en sus propósitos, pero que evidencia algunas carencias; cito textualmente:
Se necesita vendedor (lenguaje sexista).
Se necesita vendedor o vendedora (lenguaje correcto).
Los niños salieron al recreo (lenguaje difícil de leer).
Los y las niñas salieron al recreo (lenguaje más legible).
Estas recomendaciones chocan frontalmente con el buen uso del lenguaje, tal y como explica un tal Pérez-Reverte, miembro de la Real Academia Española: “(…) el uso genérico del masculino [consagrado por el uso, el sentido común y la Gramática] es correcto y aconsejable, la lengua pertenece a quienes la hablan, no se puede forzar por decreto, y no hay ley de Igualdad que pueda imponerse sobre la autoridad de la Gramática ni violentar el uso correcto del castellano”.
De otro modo y no sé exactamente en virtud de qué interés estaremos consagrando el uso aberrante de la arroba (niñ@s), de las barras (niños/as) o de las reiteraciones absurdas (los y las niñas o los niños y las niñas).
O directamente provocaremos que no se nos tome en serio porque no hay ninguna necesidad de forzar el lenguaje hasta el límite del ridículo, aunque nos estemos dirigiendo (o precisamente por eso) a la Comisión del Igualdad del Congreso de los Diputados. [Enlace al vídeo, ya no disponible].
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Enlaces relacionados:
- El periodismo y el lenguaje políticamente correcto, Fundéu BBVA
- Otra vez ganan los malos, Arturo Pérez-Reverte
- Diccionario panhispánico de dudas
2 Comentarios
Olga Casal
Suscribo el texto de la RAE al que aludes en tu post y, desde luego, estoy completamente de acuerdo con tu exposición. La lengua es un patrimonio de todos que debemos cuidar y preservar, lejos de las manipulaciones demagógicas a que lo someten los políticos que buscan únicamente su propio interés y el de sus partidos.
Es cierto que el lenguaje es sexista en ocasiones y debemos combatir esa tendencia, pero sin perder de vista el sentido común y la lógica que hacen de la economía lingüística un gran valor.
Luis Miguel Díaz-Meco
Completamente de acuerdo Olga.
El lenguaje no deja de ser un reflejo de la sociedad y hemos de ser conscientes de que, en ocasiones, es sexista. Por ello, deben realizarse cambios que tiendan a normalizar su uso (el sentido común, al que aludes); pero sin caer en el ridículo y en desvirtuar un idioma de la riqueza y matices del español.
Muchas gracias por el comentario y un saludo!