Alejandro Cencerrado se dedica a medir la felicidad. Es licenciado en Ciencias Físicas, experto en Estadística y trabaja como analista en el Instituto de la Felicidad de Copenhague.
Por todo ello, conviene tomarse muy en serio las conclusiones de su libro “En defensa de la infelicidad”, que recoge algunas claves, quizá sorprendentes, sobre nuestro grado de (in)felicidad y cómo mejorarlo.
- Certeza 1. Ni la felicidad ni la infelicidad duran para siempre. Enamorarse, lograr un aumento de sueldo o hacerse rico con la lotería provocan un subidón de alegría, que pierde intensidad con el tiempo. [Puede incluso terminar dejando un poso negativo].
Esto se explica por el efecto habituación, el efecto decreciente que sobre nuestro ánimo tiene, por ejemplo, escuchar esa canción que tanto nos gusta. Cuanto más la oímos, su capacidad para animarnos disminuye, hasta que podemos incluso llegar a aborrecerla.
En general, seguimos un proceso de adaptación, habituación y abstinencia, tal y como hace una persona drogodependiente.
La adaptación hedónica nos enseña que nos acostumbramos a casi todo.
Circunstancia que tiene, indudablemente, su aspecto positivo:
Tanto la felicidad como la satisfacción con la vida vuelven a la normalidad después de casi cualquier tragedia. Hasta aquellos que perdieron a su pareja en el transcurso de uno de los estudios que aparecen en el libro pudieron volver a ser tan felices como lo eran antes de perderla pasados dos años desde su muerte.
Todo lo que sube acaba bajando.
De hecho, la infelicidad que nos genera perder algo es exactamente la misma felicidad que nos proporcionó ganarlo. La excitación que sentimos en los primeros meses de una relación la acabaremos pagando proporcionalmente cuando lo dejemos. [Científicamente comprobado 😉].
- Certeza 2. A la vista de estos resultados, quizá conviene desdramatizar nuestros problemas y sus implicaciones. Preocuparnos un poco menos por ser despedidos o suspender un examen. Es casi seguro que recuperaremos nuestro nivel de (in)felicidad, pasado un tiempo.
- Certeza 3. La felicidad, nuestra satisfacción con la vida, suele darse por contraste. Después de estar enfermos y pasar, por ejemplo, un par de días en cama, somos más felices, nos sentimos revitalizados. [Es preciso sufrir de vez en cuando para apreciar lo que tenemos].
- Certeza 4. Estamos programados para estar insatisfechos. Por muchos exámenes que aprobemos y por muchas veces que nos enamoremos, siempre caemos de nuevo en el error de pensar que en otro lugar o con otra persona estaríamos mejor, que la felicidad definitiva se hallará, esta vez sí, tras esa subida de sueldo o en una vida nueva en otra ciudad. Pero la felicidad definitiva nunca llega.
Por eso, podemos ver la infelicidad como una realidad inevitable, un motor para seguir avanzando hacia esa vida ideal que nunca llega. Debemos ver la felicidad como una estrella que nos guía, pero que nunca podemos alcanzar (por nuestra propia naturaleza humana).
No existe un límite natural de deseos, una persona desempleada podría creer que, si ganase treinta mil dólares al año, sería feliz. Pero quien gana esa cantidad piensa que, si pudiera ganar sesenta mil, sería feliz, y el que los gana cree que cien mil satisfarían su deseo interno. Y así de manera infinita, Mihály Csíkszentmihályi, en Aprender a fluir
- Certeza 5. La comparación es un potente activador de la infelicidad.
La satisfacción con nuestros logros a menudo depende del rendimiento de nuestros compañeros.
Piensa, si no, en esa subida de sueldo que se siente como una pérdida, porque ha sido menor que la de otros compañeros.
- Certeza 6. La calidad de nuestras relaciones es la que realmente trae la felicidad a nuestras vidas. De ahí que los problemas con los demás sean nuestra gran fuente de conflicto.
Se estima que las personas que se sienten solas son un 25 % menos felices que otras de su misma edad que se sienten queridas o acompañadas.
El hombre es como un erizo, que necesita estar cerca de los demás para no morirse de frío, pero a la distancia suficiente para no pincharse con sus púas, Schopenhauer
- Certeza 7. Que trabajar perjudica nuestra salud mental es un hecho ampliamente comprobado.
De hecho, y con relación a la salud, también física, un estudio publicado la pasada semana por Fedea indica que retrasar la edad de jubilación eleva la mortalidad en los trabajadores de entre 60 y 69 años.
Y otro, que publicaba el diario El País, señalaba la necesidad de las vacaciones. Reducirlas está relacionado con el riesgo a largo plazo de sufrir enfermedades del corazón y muerte prematura, un mayor índice de masa corporal, peor salud sexual y mayor mortalidad.
Si lo dice la ciencia… 😊
Y, mientras no se demuestre lo contrario, solo en esta vida podemos ser (in)felices.