El profesional de la comunicación tiene alma de funambulista.
Su terreno es la cuerda floja. Habitualmente se debate entre el rigor y (supuesta) objetividad del periodismo y la luz y el color que brinda la publicidad.
En el medio, en el justo equilibrio, debería situarse el terreno de la comunicación (las relaciones públicas, en terminología anglosajona).
Conviene no desviarse, para no perder la perspectiva.
Agradar en demasía a tus jefes puede implicar alejarte de tus públicos…
Escorarnos hacia arriba puede significar una pérdida de credibilidad, y reputación.
La credibilidad es como la virginidad. Una vez que se pierde, ya no se recupera, Mark Twain.
Quizá se vea más claro si pensamos en la comunicación interna o la atención al cliente. Nuestro objetivo está en los empleados o clientes, no tanto en la organización y sus consignas.
Por eso valoro tanto la formación y la práctica del periodismo en todo aquel que se dedica a la comunicación.
Esa perenne mirada crítica debe impregnar siempre nuestro trabajo.
No podemos olvidar para quién trabajamos, pero tenemos que luchar por intentar cambiar lo que no nos gusta. Ocultarlo o maquillarlo no es comunicación, es otra cosa…
Valores como la honestidad o la transparencia no son opcionales para el profesional de la comunicación.
Su importancia, además, aumenta en un entorno como el actual donde buscamos organizaciones, productos y servicios con valores en los que podamos vernos reflejados.
La evolución de la sociedad, sus gustos y nuevas demandas, nos impone cambios constantes.
Y la supervivencia pasa por evolucionar, rectificar los errores, pedir disculpas… y fortalecernos.
Solo así lograremos adaptarnos con éxito a los nuevos tiempos.
Porque, aunque las fórmulas, los soportes e incluso las personas cambien, la esencia de la comunicación no debería.
A pesar de que fórmulas, soportes e incluso las personas cambien, la esencia de la #comunicación no debería Share on XArtículo basado en The public relations perspective
Ilustración: Freerangestock