Nosotros estudiamos la estupidez natural no la inteligencia artificial, Amos Tversky, en Deshaciendo errores
No suelo referirme ni hacer reseñas de los libros que no me han parecido extraordinarios.
Pero con el último que acabo de leer voy a hacer una excepción, como diría Groucho Marx [Nunca olvido una cara. Pero en su caso, estaré encantado de hacer una excepción].
Acabo de finalizar (esta es mi penitencia en una semana como esta) un libro sobre inteligencia artificial, que ha reafirmado mi creencia en que la estupidez humana puede ser tanto o más peligrosa que cualquier algoritmo.
El autor cita una encuesta para indicar que “uno de cada dos españoles de entre 18 y 55 años han sido, son o quieren ser (sic) candidatos a un puesto de funcionario. El principal motivo es la estabilidad laboral, es decir, evitar la necesidad de volver a estudiar o cambiar de empleo en el futuro”.
- “(…) Es precisamente esta mentalidad la que genera resistencia al cambio y contribuye al retraso en la adopción de la digitalización tanto en Europa como Latinoamérica”.
Afortunadamente a los empleados públicos o aquellos que aspiran a serlo no se nos atribuye, al menos en el libro, la muerte de Manolete o un papel decisivo en la política arancelaria de Trump.
- “(…) Y, siendo generosos, un 5 o 10 % de la sociedad, gracias a la cultura adquirida de sus familiares o a una mentalidad abierta, aceptan la irrupción de las IA como un proceso natural. Aquí encontramos a los emprendedores y a aquellos que han viajado por el mundo o han trabajado en el extranjero”.
Con lo que podemos inferir que los empleados públicos no hemos gozado de buenas influencias familiares, somos más bien duros de mollera, no aceptamos la llegada de la IA, no hemos salido de nuestra localidad natal y, por supuesto, no hemos trabajado a más de 10 kilómetros de nuestra residencia.
- Y como colofón… Esto sí que es terminar en alto, como indican todos los buenos manuales de comunicación: “En resumen, encontramos que a más de un 50 % de la población española le gustaría vivir sin trabajar”.
Ole, ole y ole.
Sin complejos, como rezaba la legendaria campaña publicitaria de whisky DYC.
En mi caso, y no creo ser en absoluto una excepción, llevo trabajando desde hace más de 20 años como empleado público y lo he compaginado con labores por cuenta propia (emprendedor como diría el no susodicho) como consultor y docente, y al igual que miles de funcionarios creo en el valor de lo que hago y en el servicio que diariamente presto.
He integrado la inteligencia artificial, por convicción, en mi día a día, he viajado por el mundo e incluso he trabajado en el extranjero.
Y no, no me gustaría vivir sin trabajar, porque considero que mi trabajo es parte indivisible de mi persona, me gusta lo que hago y trato de ayudar a otras personas con la comunicación como herramienta.
Y luego hablan de la IA, pero los humanos, incluso algunos emprendedores de éxito (“con un conocimiento profundo en las áreas de management, gestión de personas, internacionalización y crecimientos exponenciales y estrategias digitales de comunicación y marketing”, tal y como se define él mismo en su web) tampoco se libran de estereotipos, sesgos y alucinaciones.
Que Dios nos libre de la estupidez humana que ya me intentaré librar yo de los peligros de la inteligencia artificial.
A propósito, para los que habéis llegado hasta aquí, el libro es La inteligencia artificial y tú, y el autor, Rafael Tamames