El discurso político, esa lógica tan alejada de la realidad

La mayor parte de los políticos son, cuando menos, singulares.

Son capaces de defender argumentos opuestos en días sucesivos sin que les varíe lo más mínimo el tono de voz (ya no me atrevería a decir que incluso convencidos ;).

Y esto, que podría ser visto como una gran virtud, es -sin embargo en mi opinión- un fraude a la ciudadanía por lo que supone en sí mismo y por lo que pretende: hacer pasar por ignorantes, siendo suaves, a los ciudadanos.

Esta pasada semana hemos tenido un ejemplo de manual, referido a la vuelta al límite de velocidad de 120 kilómetros por hora. 

El vicepresidente primero, portavoz y Ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, defendió la medida, sin embargo, como próximo candidato a la presidencia del Gobierno español y ni su proverbial capacidad para la comunicación le sirvió para desenmarañar la soga que él mismo anudó.

Primero explicó las ventajas de la disminución del límite máximo de velocidad hasta los 110 kilómetros hora, en términos de ahorro y de reducción de la siniestralidad y de la contaminación.

Para, a continuación, anunciar que el límite quedaría fijado en 120 km/h., argumentando además que las circunstancias habían cambiado.

Efectivamente, las circunstancias han cambiado. El PSOE ha recibido un varapalo de dimensiones considerables en las elecciones municipales y autonómicas y Rubalcaba es ya candidato a la presidencia del Gobierno.

En este contexto, no tienen cabida medidas impopulares por mucho que -al margen de opiniones, a favor o en contra– los argumentos esgrimidos cuando se puso en marcha sean irrefutables y hayan logrado el objetivo propuesto: 450 millones de euros de ahorro, descenso de la siniestralidad en las carreteras y menor número de emisiones contaminantes.

Y mientras tanto, el Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero -que se encontraba ausente (en la primera acepción del término, no en la segunda)– no se cansa de repetir, en contra de los que le reclaman un adelanto electoral, que su deber como político (y casi mártir) es culminar su trabajo, y tomar cuantas decisiones difíciles sean precisas en favor del interés general.

Cuanto más me esfuerzo, menos lo entiendo.

Aunque, pensándolo bien, está todo bastante claro ¿no te parece?

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