De la campaña electoral a la campaña permanente

A falta de apenas un mes para las elecciones municipales y autonómicas en España, me gustaría referirme a un concepto que enlaza perfectamente con la necesaria y aún pendiente renovación política en favor de nuevos conceptos que alejen su gestión del ámbito privado (políticos y partidos) y los acerquen al público (ciudadanos).

La campaña permanente -como filosofía integradora de algunas ideas como la transparencia, la participación o la legitimidad– debería superar las trasnochadas campañas electorales que cada día tienen menor razón de ser.

Estas pautas derivan del ámbito municipal, que es el que mejor conozco, si bien pueden aplicarse por igual a cualquier otro.

  • La irrupción en el escenario político de la web 2.0, ejemplificada en las redes sociales, hace no solo necesario sino inevitable el tránsito hacia una nueva actitud que vea a los ciudadanos como aliados y no como una amenaza ¿Cuál es el temor ante una crítica, ante una deficiencia en el servicio que presta la administración? ¿Por qué no verla como una oportunidad de mejorar la gestión?
  • Si se está tan seguro de lo que se predica, y tan pocas veces se cumple, por qué no proyectar la imagen y las acciones de las administraciones y de los políticos que las lideran a través de un concepto como la transparencia. Por qué no publicar una declaración previa con los bienes de cada político que ocupe un cargo en la corporación y que se vaya actualizando periódicamente, por qué no mostrar el programa electoral e ir incorporando cumplimientos, porcentajes, desviaciones, correcciones… que puedan ir enriqueciéndose y modificándose con las aportaciones de los vecinos, por qué no limitar por ley los mandatos, por qué no establecer unos ingresos máximos y mínimos para las personas que se encarguen de la gestión pública a partir de un baremo interno (capacitación, experiencia…) y externo (número de habitantes del territorio, competencias…), por qué no…
  • Los políticos sueñan con dotarse de legitimidad pero hacen poco por obtenerla. En una época como la actual, de presupuestos espartanos y escasas opciones de inversión, por qué no ofrecer a los ciudadanos la oportunidad de elegir el destino de sus impuestos, de elegir qué opciones son prioritarias y cuáles no, dónde se pueden recortar servicios y prestaciones y dónde no.
  • Y todo a través de un mecanismo tan sencillo y barato como la participación, facilitándola, retirando obstáculos, haciendo todo lo posible para que los ciudadanos se involucren y luchen por lo que creen.

Hace falta variar muchas cosas (desde la concepción de la política tradicional -esa que mayoritariamente seguimos viendo todos los días- hasta un gran número de sus representantes y a los partidos políticos que los amparan).

Y hay que ser osado y valiente para apostar por unos valores hoy todavía residuales pero que, muy pronto, serán los únicos posibles. En juego está la supervivencia de estructuras y personas. Y quien no lo entienda ya puede ir buscándose otra ocupación.

Algunas lecturas interesantes que ofrecen argumentos complementarios a los de este artículo:

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