Colaboro en el último número de la revista de comunicación política que edita la consultora Carep con un artículo sobre el poder de las palabras.
Puede parecer escaso, pero a raíz de algunas investigaciones recientes sabemos que el lenguaje es capaz de modificar nuestra forma de pensar, y nuestra visión del mundo. Influye en el modo en el que tomamos decisiones y puede mejorar incluso nuestra calidad de vida.
Sabemos que el lenguaje es capaz de modificar nuestra forma de pensar y nuestra visión del mundo. Influye en cómo tomamos decisiones y puede incluso mejorar nuestra calidad de vida Share on XConviene hacer un esfuerzo y comprobar si todos estos beneficios son reales.
En el ámbito político, el lenguaje debería ser una preocupación mayúscula.
Elegir las palabras adecuadas marca la diferencia entre el éxito o el fracaso de un discurso, una comparecencia o una declaración.
Hoy día, además, sabemos que el lenguaje es capaz de modificar nuestra forma de pensar y nuestra percepción, incluso nuestra visión del mundo y de la vida, tal y como atestiguan diversos estudios científicos.
Las palabras positivas, por ejemplo, provocan importantes efectos en el funcionamiento del cerebro durante unos instantes, son capaces de influir en nuestros estados emocionales y físicos hasta el punto de que mejoran nuestra calidad de vida y longevidad.
The words you speak become the house you live in, Hafiz, poeta persa.
Por si fuera poco, conocemos el enorme impacto que tiene el lenguaje en nuestra toma de decisiones. Tiene un poder casi ilimitado y es capaz de modificar nuestras capacidades perceptivas.
Por eso es tan relevante entrenarlo para encontrar las palabras más acertadas y precisas en cada ocasión.
Ellas gobiernan nuestra vida, pero nosotros podemos, debemos, ser los protagonistas y los narradores de nuestra propia historia.
Nuestro cerebro recibe el impacto de millones de estímulos por segundo. Solo capta unos 50, en el mejor de los casos. En el peor, apenas una decena. Nos despistamos, no prestamos atención a nuestras palabras, hablamos por hablar (con un lenguaje automático, vacío, lleno de tópicos y frases hechas). Te suena, ¿verdad?
Necesitamos cambiar la forma en la que nos relacionamos con el mundo.
La empatía nos ayuda a conectar con los sentimientos ajenos, igual que la psicología positiva nos refuerza en una percepción optimista de la vida, del trabajo, de las personas.
Los mensajes de ánimo, por ejemplo, mejoran nuestro estado emocional y nos predisponen a realizar cualquier tarea mejor, sin ser conscientes de ello.
El lado oscuro del lenguaje
Dada su importancia, tradicionalmente han sido muchos los que han tratado de aprovecharse de un uso perverso del lenguaje, se han servido de su capacidad persuasora para herir, mentir, engañar o manipular.
La diplomacia [persuasión] es el arte de hacer que otro se salga con la nuestra, Daniel Varé, diplomático italiano
La queja, el lamento, la falta de autocrítica… nos sientan mal.
Se ha demostrado incluso que el empleo habitual de palabras negativas puede cambiar nuestros genes.
Como bien indica el consultor político Frank Luntz, muy cercano al partido republicano en EE. UU., hemos de acentuar siempre lo positivo y tratar de eliminar lo negativo. Lo negativo funciona, pero un sólido mensaje positivo siempre triunfa sobre la negatividad.
Por eso nos gustan tan poco los portadores de malas noticias, a pesar de ser meros correos y de su escasa responsabilidad en el sentido final del mensaje que transmiten.
De hecho, las propuestas que tienen más probabilidades de sobrevivir a la feroz competencia interna de las empresas son aquellas que pronostican resultados más favorables, aunque luego no se cumplan.
[Algo que podría explicar la escasa crítica existente en el interior de determinadas administraciones o entornos políticos].
En definitiva, mide muy bien todo lo que dices y cómo lo dices. Lo quieras o no, tiene consecuencias.
One should use common words to say uncommon things, Arthur Schopenhauer
Y no a la inversa, como solemos hacer.
Artículo basado en el libro La ciencia del lenguaje positivo, de Luis Castellanos, Diana Yoldi y José Luis Hidalgo
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Ilustración: Freepik